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'Dios no es bueno' de Christopher Hitchens

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Sergio Parra 17 de diciembre de 2008
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El título de este alegato contra la religión es, sin duda, provocativo. Pero, pese a la apariencia beligerante, el autor jamás abandona el rigor. Sí que carga las tintas contra la fe, la doctrina, el sistema clerical y demás, se nota cierto enojo en sus palabras (cosa evidente si uno ha presenciado cosas como las que el autor ha visto en calidad de periodista por medio mundo), pero ello no empaña un discurso lleno de fundamento. Su ateísmo militante puede incomodar a muchos, algunas ideas resultarán un poco tendenciosas o quizá fragmentarias, pero lo serán pocas. La mayoría del corpus de este libro está lleno de racionalidad y sabiduría, lo cual ya es mucho más de lo que los libros que ensalzan la religión (como la Biblia o el Corán) pueden decir. ¿No os lo creéis? Dadle una oportunidad a Dios no es bueno.

Según Christopher Hitchens, la religión, cualquiera, no sólo es amoral, sino positivamente inmoral. Y esto no debe buscarse sólo en el comportamiento de sus fieles sino también en los preceptos que podemos leer en sus manuales de comportamiento. Sus delitos son, fundamentalmente: presentar una imagen falsa del mundo para los ingenuos y los crédulos, la doctrina del sacrificio de sangre, la doctrina de la expiación, la doctrina de la recompensa y/o el castigo eternos y la imposición de tareas y normas imposibles.

Me centraré en el último punto para esta reseña. Una de las normas imposibles son las relativas al pecado de la carne. No sólo se prohíbe el sexo, sino que se prohíbe incluso su pensamiento, algo que nadie es capaz de conseguir. O para hacerlo la mayoría del tiempo, uno debe irse convirtiendo en una suerte de reprimido que no encaja de manera sana sus disposiciones naturales, evitando incluso la masturbación. Estos engendros son los que, tarde o temprano, acabarán abusando sexualmente de niños, por ejemplo, porque la religión les ha carcomido la sexualidad. Por ello existe un porcentaje mayor de pederastas entre el clero que entre el ciudadano de la calle. Por eso, porcentualmente, hay más convictos con fe que sin ella en todas las cárceles del mundo; lo cual también dejaría constancia de la correlación siguiente: que el mal se da con mayor facilidad en el religioso, el que profesa doctrina, que en el ateo.

Christopher Hitchens (Inglaterra, 1949), se graduó el filosofía, política y economía en Oxford, y como periodista y escritor ha colaborado con publicaciones tanto estadounidenses como británicas. Y como él mismo dice acerca de sus intenciones con Dios no es bueno, su incendiario libro no se basa en una doctrina o un dogma sino en una argumentación refutable, en principios que no se apoyan en fe alguna. En la demostración filosófica e histórica, sin fanatismos, de que la religión ha provocado que muchas personas, la mayoría de hecho, se comporten de una forma que haría que el gerente de un burdel o un genocida torcieran el gesto.

Tampoco obvia el autor algunas evidencias científicas que dejan en ridículo las ideas más arraigadas de los creyentes, como que el aborto es una sinónimo de homicidio o que la teoría de la evolución es otra teoría más del mismo nivel que el creacionismo o el diseño inteligente. Lo cual, viniendo de un hombre de letras, se agradece.

Por último, Dios no es bueno es un excelente manual de ejemplos sobre el problema provinciano de cualquier religión. Esto es: analizar la realidad próxima olvidándose de la lejana. Si, por ejemplo, un creyente da las gracias a su dios por salvar a su hijo de un accidente de tráfico, yendo a poner velas, persignándose o de cualquier otra forma ritualista, parece olvidar que durante todo ese tiempo de agradecimiento están muriendo decenas o centenares de niños en países subdesarrollados de formas que ni siquiera puede imaginar, demostrando así el creyente un egoísmo y una mirada rectilínea tan espantosamente simplona que Dios debería aparecérsele en forma de rayo cósmico sobre su propia cabeza.

Pero no lo hace, así el creyente sigue profesándole una fe estúpida e infantil. Y también cree en él porque no se llega a cuestionar por qué se ha inoculado en el mundo el bacilo de la sífilis, por qué se ha extendido la lepra o la idiocia, o incluso por qué se concibieron los tormentos de Job. Cree en él como se cree en Santa Claus.

Todo esto no debería importarnos a las personas cultas. Pero lo hace, porque la religión no es algo privado e irrelevante, sino que intenta siempre que puede inculcarse en los demás con diversas formas coercitivas; porque recibe prerrogativas fiscales; porque intenta alzar políticamente su voz, acusando de asesinos a los médicos abortistas o de enfermos a los onanistas, infectando a la gente sencilla de Sida por retorcidas y morbosas ideas acerca de los profilácticos. Y a la larga, todo ello iba a repercutir de algún modo, obligando a muchos a dejar de guardar silencio y respeto, porque la religión, como el nazismo o cualquier otra colección de ideas irrefutables y fanáticas, no merecen ni un gramo de tolerancia. Dios no es bueno es uno de tantos libros laicos y antirreligiosos que empiezan a poblar los anaqueles de las librerías. Y esperan muchos más, a Dios gracias.

En 1996, la República de Irlanda celebró un referéndum acerca de una cuestión: si su Constitución debería seguir prohibiendo el divorcio. La mayoría de los partidos políticos, en un país cada vez más laico, instaban a los votantes a aprobar una enmienda legislativa. Lo hacían por dos razones excelentes. Ya no se consideraba correcto que la Iglesia católica de Roma prescribiera su moral a todos los ciudadanos y, evidentemente, era imposible aspirar siquiera a una definitiva reunificación de Irlanda cuando la gran minoría protestante del norte rechazaba continuamente la posibilidad de que se implantara un régimen religioso. La madre Teresa tomó un avión desde Calcuta para apoyar la campaña a favor del voto negativo junto a la Iglesia y sus partidarios de la línea más dura. Dicho de otro modo: una irlandesa casada con un borracho maltratador e incestuoso jamás debería esperar nada mejor para su vida, y hasta podría poner su alma en peligro si suplicaba poder volver a empezar de nuevo.

Editorial Debate

384 páginas

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